Crónica: Hermana Gabriela Casini s.c.i.c.







Dios paga mejor.

Raíces

Pocas personas de las que nos cruzamos en la vida producen algo en nosotros, impactan, contagian, emocionan. Me siento un privilegiado al desentrañar una historia que pocos conocen y que comenzó el siglo pasado, pero con repercusión en la actualidad.

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El vendedor de vegetales instalado en su puesto, miró con extrañeza al viajero que al acercarse le preguntó:

- ¿Usted se enteró de la noticia? e inmediatamente volvió a disparar ¿Qué pueblo es éste?

El mercader, un nativo de unos 45 años, obviando la primera pregunta respondió con orgullo:

-usted está en la Reggio Emilia, somos famosos por el queso parmesano y el vino Lambrusco -afirmó con ímpetu y haciendo ademanes con sus manos.

Continuó: -si usted va hacía la ciudad de Milán le quedan unos días de camino, sólo debe seguir la vía Emilia.

- Grazie mille per tutto - dijo el viajero y después de comprar algunas provisiones continuó su peregrinación.

Esta es una tierra bendecida por el creador, piensa mientras regresa a su hogar Giussepe, en la montaña a lo lejos, aparece a su vista el imponente castillo medieval de Viano, con sus elevadas murallas, torres de vigilancia y jardines verdes que lo circundan, lugar de muchas historias de caballería y mecenazgo, el resto del paisaje parece salido de un cuento: colinas, bosques teñidos de un verde vivaz, campiñas y plantaciones que como pequeñas islas aparecen en la escena. Contemplando el horizonte y acompañado de hondos pensamientos que aparecen cuando hay dificultades, camina del pueblo a su casa. Algo raro pasa, su lenguaje corporal habla de una preocupación, su andar nervioso, sus manos inquietas; también su rostro quemado por el sol y marcado por el trabajo parece mas serio de lo normal, al llegar, dirigió una mirada de amor y admiración a su esposa embarazada y dijo:

-Celina ¡ha comenzado otra guerra!- y agachó la cabeza en señal de tristeza.

La mujer sabía que cuando su esposo la llamaba por su nombre algo lo preocupaba, la mirada tranquila y amorosa de la fémina se turbó, al igual que su corazón; acarició su vientre, se afirmó a la silla donde tejía el ajuar de su hija y pensativa comenzó a discurrir en silencio sobre el futuro de Gabriela, esa niña que en pocos días vendría a este mundo convulsionado, era septiembre de 1939.

Habían pasado varios años desde el final de la gran guerra y en esa época una mujer con 19 años, ya estaba preparada para asumir las responsabilidades de una familia.Luego de una misa matinal, en el interior de la sacristía, el Padre Bertani, sacerdote Oblato de la Inmaculada, recibió a una joven conocida, poseedora de una mirada intensa, ojos azules brillantes, tez blanca y cara redonda, nada que envidiar a cualquier mujer de un concurso de belleza.

-¡Padre tengo una consulta para hacerle!- dijo Gabriela. - ¡Quiero ser religiosa! -lanzó sin rodeos.

-¡Consagrar mi vida a Dios y al servicio del prójimo!.

El cura, un tanto perplejo al principio, supo por experiencia intuir en la mirada, en el entusiasmo y en la voz, una decisión tomada, con fundamento en una llamada del Señor… sólo atinó a darle un consejo:

-si vas a ser monja sé de las buenas… y te doy mi bendición -que lanzó en un perfecto latín.

Esto fue suficiente para confirmar sus deseos, el día de la natividad de Nuestra Señora, el 8 de septiembre de 1958, Gabriela Casini nacía a una nueva vida, desde ese día pertenecía a la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea, en Burolo.

Primeras armas

Un miércoles a media tarde, en un día de calor, decido llamar a Córdoba, a la casa que tienen las hermanas en las afueras de la ciudad. Con pocas esperanzas de ser atendido marcaba los números en el teclado del celular, pero como la vida da sorpresas escuché la voz de la hermana María.

-Hola… hable…- dijo.

Después de recibir un cordial saludo por la comunicación me dice:

-Aquí está la Hermana Gabriela, le paso…

Y comenzamos un hermoso diálogo sobre su vida…

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¿Qué haría una joven tan bella y entusiasta en un jardín de la medicina, en un hospital con treinta edificios, un kilómetro cuadrado de superficie, 850 médicos, 1500 camas para enfermos y un ambiente universitario hostil? Ahí estaba ella, con su hábito religioso y sus ojos brillantes, era su primer destino y lugar de estudio, el Policlínico Sant’Orsola-Malpighi un hospital universitario y público, el que tiene la mayor cantidad de camas en toda Italia.

La jefa del pabellón de los ancianos, Martina, una mujer del Piamonte, colorada, robusta, rebosante de salud, con su uniforme perfectamente arreglado y con voz de mando militar se presentó ante el director del Policlínico.

-¡Señor director!: usted sabe que no soy de venir mucho a quejarme, llevo 25 años trabajando aquí y nunca he tenido problemas- exclamó.

El Doctor sentado sobre una silla cómoda y tras el escritorio de madera perfectamente ordenado, la miraba con cierta sorpresa y atención.

-¡Usted quiere matarme!, ¿qué le pasa?- afirmó la enfermera con voz fuerte, segura y señalando con el dedo al catedrático.

La cara del director iba transformándose a medida que seguía argumentando la mujer, de sorpresa pasaba a la ira, de ira a desconcierto y muchos sentimiento afloraban en el corazón de este hombre maduro y acostumbrado al trato con la gente.

-¡Espere un momento! -exclamó con voz varonil y un tanto desconcertado el director. Y continuó: -¿de qué me está hablando?-

La demandante se explicó:

-Me acabo de enterar que en un mes se va Gabriela Casini a la Argentina y me dejan con las otras enfermeras que no valen para nada, ¿me quiere matar? ¿Usted les avisó a los cirujanos? ¡Lo van a colgar en la plaza principal cuando se enteren doctor!.

Y la mujer gesticulaba balanceando la cabeza de un lado a otro como signo de desaprobación.

Acostumbrado a resolver conflictos, el director respiró profundo, se acomodó en la silla y poniéndose la mano en la barbilla dijo a la irritada fémina:

-Tome asiento por favor.

Chirrió la silla con el peso de la mujer y comenzó la explicación del acusado.

-Gabriela es una monja, tiene una superiora, ella ha estudiado y trabaja aquí, pero esas decisiones no dependen de mí, es su provincial la que ha tomado la determinación, y nosotros no podemos hacer nada.

Por supuesto que el catedrático no logró convencer a la enfermera Piamontesa, que salió de la oficina contrariada y golpeando la puerta.

Los prolegómenos

Casi dan las diez y me encuentro en el interior de una casa del Barrio Jardín. Todo está minuciosamente cuidado en ella, la mesa con el evangelio cotidiano, los portarretratos con las fotos de los hijos y nietos, las macetas en la esquina de la ventana y María Eugenia, una mujer madura, delgada, cara alargada y muy bien cuidada, que sentada espera dispuesta a contar todo lo que sabe sobre su amiga, la Hermana Gabriela.

María Eugenia en aquel tiempo era una novel esposa y esa tarde se dirigió a la casa paterna; al llegar golpeó con énfasis la puerta maciza de la casa.

-¡Mamá! Soy yo… ¡abrime!…-dijo en un tono elevado, casi gritando con impaciencia.

En unos momento se abre la puerta y aparece la figura esbelta e igual a la de la hija, pero con 40 años más en las espaldas.

-Hola hija... ¿cómo estás?-dijo con voz suave y comprensiva.

-Mamá tengo que contarte algo y necesito tu opinión.

Ella siempre había sido su consejera y la que guiaba a sus hijos por el buen camino.

-¡Mamá! -volvió a decir, pero ahora con una mirada un tanto preocupada. -Juan quiere que nos vayamos de la ciudad-

Se hizo un silencio, mientras la madre escuchaba atentamente.

Continuó la joven: -le han ofrecido un trabajo a 300km, allí no conocemos a nadie, vamos a estar solos, te voy a tener que dejar, esbozó haciendo una pausa y anhelando para la propuesta una respuesta negativa de parte de la anciana-

-Vos te casaste y ustedes son una familia nueva, tenés que seguir a tu marido- afirmó con seguridad la experimentada mujer y le alcanzó un mate dulce en recipiente de lata.

Ella se levantó y luego de apoyar el recipiente en la mesa la abrazó, como despidiéndose de alguien a quien amaba mucho y no volvería a ver jamás. Pero no era para tanto, General Alvear no está tan lejos de la capital mendocina y existe un transporte que une las ciudades, sólo que las mujeres suelen exagerar un poco. Después de charlar sobre la familia, los hermanos, la salud y de terminar el agua de la pava, emprendió el viaje de regreso a su casa, pero ahora con una convicción, acompañaría a su marido al nuevo trabajo.

Al llegar Juan Montanari al hogar, se le notaba nervioso, quería saber qué diría su esposa de la propuesta, el futuro de la familia dependía de la decisión, pero tenía que ser consensuada. Él, si su compañera deseaba quedarse o ponía objeciones razonables, rechazaría el ofrecimiento. Intuía que lo mas difícil sería estar solos en una nueva ciudad; el trabajo ya lo conocía, administrar un hospital público, él ya lo hacía, pero ahora había que hacerlo desde el lugar donde estaba anclado el edificio.

Cuando encontró a su esposa, la mirada de esa mujer a quien conocía muy bien y amaba profundamente, le dió la respuesta. Los dos sonrieron, se abrazaron y comenzaron a planificar la nueva aventura.

Ningún trabajo es fácil al comienzo, pero iniciar con tres balances en rojo, enfermeros que no tenían estudios, muy pocos doctores, un edificio sin mantenimiento y sin los instrumentos básicos necesarios para la salud era un gran desafío. De a poco y con el correr del tiempo el nudo de la madeja se fue desatando y comenzaron a normalizarse las cosas en el Hospital de Alvear.

-¡Necesitamos enfermeros profesionales urgente, que sepan lo que tienen que hacer, no sólo gente de buena voluntad!-decía Juan en la reunión de directivos de la Institución.

- Tengo noticia de una Congregación de Hermanas que son enfermeras, están en Santa Fé y dejan un hospital, estarían dispuestas a venir... ¿qué dicen ustedes?-lanzó como una bomba a la mesa.

Las miradas se cruzaron entre los asistentes, eran de sorpresa, pero todos terminaron asintiendo a la propuesta del administrador.

Esa mañana hacía frío, el sol ya estaba a medio cielo y era feriado nacional por el día de la bandera, 20 de junio de 1971, de repente, después de estacionar el transporte bajaron seis hermanas con sus bolsos, impresionaba sus sonrisas y alegría; ahí estaba Juan y María Eugenia para recibirlas y llevarlas al hospital. Y en adelante comenzó la transformación edilicia y humana del nosocomio.

Las hermanas enfermeras trabajaron en la asistencia a los enfermos, también de los médicos, enfermeros y el resto del personal; a pedido de los directivos se transformaron en docentes rápidamente creando una escuela de enfermería.

Su nueva patria

Mientras miraba por la ventanilla del avión y trataba de ubicar entre los inmensos edificios del aeropuerto de Fiumicino a las compañeras de religión y al padre Bertani, que la habían ido a despedir, sintió que le tocaban el brazo y la mujer que tenía en la butaca de su izquierda le dijo secamente y con voz aterrorizada:

-¡Es la primera vez que viajo!, ¡tengo miedo!.

La vecina le contó que visitaría a unos primos en Buenos Aires y que ella no quería viajar, que estaba el mundial en Argentina y habría mucho movimiento de gente, pero su marido y sus padres habían insistido y allí estaba.

-No se preocupe.- dijo Gabriela. -Yo también es la primera vez que viajo, vamos a rezar y Dios nos cuida.

Lo dijo con tal convicción en sus palabras y gestos, que al terminar las oraciones la mujer tenía el semblante cambiado.

Por segunda vez sintió los anillos que golpeaban su brazo y escucho la voz de su compañera que le susurraba:

-Mire los edificios hermana, parece que estamos llegando.

El cansancio de los preparativos del viaje y la tensión normal de la despedida, habían sido los ingredientes para que la invadiera un profundo sueño, que le impidió enterarse de las 12 horas que había estado en el avión.

Bastó cruzar la puerta de embarque para divisar unas hermanas con su mismo hábito que miraban hacia donde ella entraba.

-¡Benvenuto! Se escuchó y luego unos afectuosos saludos entre la recién llegada y las anfitrionas

- ¡Grazie a Dio siamo arrivati! -dijo Gabriela.

Pronto la llevaron a la casa de la comunidad y al otro día partió en colectivo para el destino final, el Hospital de General Alvear, Mendoza.

Luz, cámara, acción

Cuando ví a Juan Montanari con su bastón y llegando de gimnasia pensé en un hombre absolutamente vivaz y entregado. Los años han hecho su trabajo en el cuerpo de este hombre alegre, pero el espíritu está intacto, disponible, servicial, preocupado y con una profunda fe. Con gozo comenzaron las historias.

-¡Hola Juancito!-dijo Gabriela, en un castellano entendible.

-Tengo una buena noticia, acabo de hablar con el padre Bertani, dice que nos ayudará en la misión, mañana mismo estaré en la aduana para realizar los trámites correspondientes al envío del container.

El sacerdote originario de Milán guiaba a muchos empresarios de la ciudad, a quienes invitaba a colaborar materialmente en las misiones de las hermanas. Así fue como llegaron las primeras telas, ropas, sábanas, frazadas, camas y medicamentos para el hospital y esto recién comenzaba.

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Inés, la enfermera del Pabellón Uno, tenía a su suegra muy grave, llegó Gabriela a la habitación y se acercó a la enferma, luego de consolarla y rezar con ella le dijo al oído:

-¿Quiere que le avise al padre Bulak que venga a darle la bendición?.

El anciano sacerdote era el capellán del hospital, la mujer la miró con amor y dió aprobación con la cabeza. La nuera que contemplaba la escena tomó del brazo a la monja y sacándola de la sala con dulzura le contó:

-Hermana, no damos más, pagamos alquiler, tenemos muchos gastos en remedios, los niños comen cada día, los alimentos suben de precio, estamos ahorcados. Y muchos compañeros del trabajo están en la misma situación.

Como respuesta recibió un abrazo comprensivo de la religiosa y un consolador...

- Vamos a ver que podemos hacer....

Al otro día muy temprano, después de hacer sus oraciones, fue a ver a su amigo administrador del hospital:

-Juan, mirá lo que me ha dicho Inés, esto y esto otro, ¿qué te parece? Y si buscamos un terreno para hacer un barrio, que se beneficien nuestros compañeros de la salud, hay muchos que están pasando situaciones difíciles.

La mirada, el entusiasmo y la convicción de Gabriela eran difícil de contradecir y así comenzaron a gestionar el Barrio Sanidad.

La monja no paraba de trabajar para la gente y el hospital: conseguía material sanitario, medicamentos de sus benefactores italianos y parecía insaciable en su sed de ayudar y organizar.


Ahora era el turno de beneficiar a los compañeros de maestranza, ya estaba en camino la lavadora industrial, fabricada por una prestigiosa industria milanesa, que enviaba no sólo la máquina, sino el jabón adecuado y los ingenieros para realizar una correcta instalación y puesta en funcionamiento. Crecía el nosocomio de esta manera al ritmo de la hermana y cada vez la atención era de mayor calidad para quienes requirieran los servicios médicos.


El nuevo barrio de los trabajadores de la salud estaba a punto de terminarse, Montanari se mostraba muy conforme con la evolución de las cosas, y mientras caminaban por el pasillo la religiosa lanzó:

-¡Necesitamos un lugar para atender esa gente, para darle catequesis a los niños, para celebrar la misa!, el terreno lo tenemos, voy a hablar con el padre Bertani.

Así comenzaba el Centro Pastoral Antonia María Verna, con la casa para la comunidad de las hermanas, el salón y Cáritas; casi una manzana completa de construcción al servicio de la comunidad.


Gabriela se preocupaba cada día por los enfermos, pero muchos de ellos eran gente pobre, con necesidades, sumadas a las crisis económicas que cíclicamente azotaban a la Argentina y corría el año 1982. En la reunión de la comunidad del Centro Pastoral dijo:

-¡Vamos a tener un comedor! Quiero que le demos de comer a los niños mas necesitados del barrio y también a los ancianos.

El resto de las hermanas miraban los ojos brillantes de la superiora y su convicción, alguna pensaba:

-qué gusto de complicarnos la vida... ésta siempre hace las cosas sin consultar a nadie… claro como ella no lo va a atender…

Pero Gabriela tenía el poder de decisión, y en la vida religiosa no hay muchas opciones, hay que obedecer, está en el contrato que uno acepta al ingresar, por lo que en pocas semanas ya estaba funcionando el comedor para unas 100 persona, que asistían de lunes a viernes para disfrutar el almuerzo.

La Buena Noticia para todos

Mónica Fernandez es una docente directora de jardín de infantes, con quien me encontré para escuchar su historia, ella ya pasó la mitad de su vida, mujer de buena presencia, prolija y sonriente, de esas personas que no han permitido que las dificultades de la existencia las amargue.

"Yo tenía 16 años", me dice, "estudiaba en la ciudad pero el fin de semana regresaba a mi casa paterna de El Ceibo, un paraje situado a 15km del casco urbano, donde las familias se dedicaban a la agricultura".

Los abuelos y la madre española de la joven habían dejado marcada profundamente su fe, aunque fue el encuentro con esa monja tan joven y linda, que tocaba la guitarra y enseñaba catequesis, lo que activó su vivencia cristiana. Cada sábado la hermana llegaba al paraje para enseñar a los niños las cosas de Dios, los preparaba para la comunión, confirmación y mas tarde se reunía con los jóvenes de la zona a leer el evangelio, explicarlo, cantar y tomar mate.

-¡Mónica! vos te vas a encargar de los niños de primer año de comunión- dijo la hermana.

Y ella asintió con la cabeza, como presintiendo que en el futuro su vocación sería la docencia.

La joven sorprendida preguntó:

-Hermana ¿por qué me cuenta esto?

-Es que te aprecio mucho y te lo quiero compartir- respondió la religiosa.

Se trataba de un nuevo proyecto, descripto con minuciosidad a la adolescente. Luego de unos años de misión en Punta del Agua, localidad situada a 90 km de la ciudad, Gabriela se percató de que muchos niños de los puestos mas alejados no podían estudiar, a causa de que no tenían hospedaje al concluir el horario escolar. La idea consistía en construir un hogar para que los chicos estudien, Angélica Miguel una vecina de la zona, estaba dispuesta a donar un terreno y el padre Bertani ya estaba al tanto.

Tener el terreno y hablar con Bertani implicaba en el lenguaje de la monja, que el proyecto sería concretado, era solamente cuestión de tiempo y así fue.

Turbulencias

La hermana Gabriela entró a la casa del Centro Pastoral en silencio y con la cabeza gacha, parecía derrotada por alguna situación de la vida, ¿qué había pasado? ¿qué salió mal? ¿era el hospital, los fondos para el comedor, un container varado en la aduana, un problema con algún niño del hogar? De repente entró sor María al comedor, e inexplicablemente recibió un abrazo de su superiora mientras balbuceaba entre lágrimas:

-Hubo un accidente, las hermanas que iban para el hogar, en el camino de tierra, está muy grave sor Isabel... - y ambas lloraron con profusión.

A los pocos meses la hermana accidentada falleció y profundizó el dolor en la comunidad.

El tiempo y la fe se encargaron de cerrar las heridas al ritmo de las actividades en el hospital, comedor, Centro Pastoral y del hogar Villa Angélica. Pasaron cuarenta años de trabajo infatigable, pero la vida a veces pone obstáculos muy difíciles de sortear, especialmente cuando no dependen de la propia voluntad.

-¿Se acuerda hermana en lo que quedamos la semana pasada?- preguntó sor Carla.

-No…-dijo secamente Gabriela.

Continuó la súbdita: -lo de los trámites, la documentación de la hermana que viene de África.

-No recuerdo- insistió la superiora.

La escena se repitió varias veces en los siguientes meses y algunas de las hermanas de la comunidad se preguntaban si la encargada de tomar decisiones podía estar olvidando las cosas importantes.

Quién sabe que sentimiento movía a una que afirmó: no podemos tener una superiora así, vamos a hablar con la Provincial.

Ya no importaba el trabajo realizado durante tanto tiempo, el hospital, los enfermos, el comedor, los pobres, el hogar, el Centro Pastoral, ya no importaba... ¡Que ingratos somos los hombres a veces!. Y comenzó el eclipsamiento del mayor exponente de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea, la que había encarnado el carisma de Madre Antonia, atender a los niños, a los pobres, dar gratuitamente.


Horacio A. Valdivia






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